Diagrama - Lucas 19.10

Publicado en por Roberto Héctor Iglesias

Este versículo estelar figura como una conclusión del relato de la conversión de Zaqueo pero en realidad es una declaración del meollo del Santo Evangelio y a la vez una explicación de la evangelización.

 

Es el enlace entre el Salvador y el pecador que Él quiere salvar: el Hijo del Hombre y la humanidad perdida. Hijo del Hombre trae a la mente una manifestación de la Deidad y se había perdido de la condición de sus criaturas. De por medio, para reconciliar los dos actores, hay las tres iniciativas de venir, buscar y salvar ─ y todas ellas de parte del primer actor.

 

Queremos estudiar el versículo aquí como un modelo para la evangelización en nuestros tiempos.

 

El título Hijo del Hombre se encuentra mayormente en boca del Señor Jesucristo mismo. Lo emplea en dos contextos; a saber, al referirse a sí mismo en el mundo y sus padecimientos a la postre, y al referirse a su regreso en poder, juicio y gloria. Él aclara que es “en la tierra” que el Hijo del Hombre tiene potestad para salvar.

 

Lo que más nos interesa aquí es que es un indicio de la identificación del gran Evangelista con su auditorio. Él es el Hijo de Dios, el Cristo, etc. pero al hablar de su afán de buscar al hombre, es el Hombre.

Ezequiel escribe que entre los desterrados junto al río Quebar, “me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí atónito entre ellos”. Así este Evangelista, y el evangelista de hoy sabe que es mientras estemos “en la tierra” que él tiene la oportunidad de acercarse a los que le necesitan.

 

¿Y quiénes son ellos? Pues, este Evangelista se interesó por “lo que se había perdido”, o “lo que se había perecido”. La nota al pie de cierta conocida traducción reza: “Hay dos maneras de perderse: irse de su lugar, y echarse a perder. De ambas cosas nos rescató el Señor”. Isaías dice que cada cual se apartó por su camino. Pablo, en cambio, dice que los que se pierden no ven la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.

 

Lucas acaba de contarnos de una moneda que, según decimos, estaba perdida. Pero perdida sólo en el sentido que no estaba a la disposición de su dueña; la moneda era la de siempre y no sentía ninguna pérdida. Y en seguida leemos de una oveja que su pastor extrañaba. Si la oveja se sentía frustrada, fue sólo porque había abandonado el redil sin llegar a ninguna parte mejor. Y el relato del hijo pródigo encierra ambos elementos: al padre le dolía su ausencia, y él mismo se encontraba viviendo “perdidamente”. El evangelista de nuestros tiempos predica ambas verdades: “lo que se había perdido” está defraudando a Dios y a la vez se está perjudicando a sí mismo.

 

Pero Lucas no presenta su versículo estelar al final del capítulo 15, donde la mujer y el padre parecen ser figuras del Espíritu y el Padre, respectivamente, y no del Hijo. Lucas cuenta de por medio de los diez leprosos, el joven rico, un ciego-mendigo y luego Zaqueo. Todos estos sabían dónde estaban ubicados; ellos no estaban perdidos en este sentido. Pero todos tenían frustraciones propias y cada de uno de ellos estaba descoyuntado en su relación con sus prójimos.

 

El Hijo del Hombre, entonces, se interesó por lo que se había perdido: la humanidad entera. Dicho sucintamente, Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Y este es el auditorio que visualiza el evangelista moderno.

 

Hablemos, pues, de los tres verbos que están de por medio para vincular el Evangelista y su auditorio: vino, buscar y salvar. Diremos de una vez, adelantándonos, que el evangelista de hoy “viene” (se hace presente), busca, y todo con el fin de que la gente sea salva (cosa que él no puede hacer).

 

El Hijo del Hombre vino más de todo en el sentido que se humanó. “Elogio al Verbo encarnado, en humanidad velado”. Viniendo al mundo, dijo, “He aquí, oh Dios, vengo a hacer tu voluntad”, y esa voluntad era hacer lo necesario para llevar muchos hijos a la gloria.

 

Pero en un segundo sentido Él vino al hacerse presente entre el pueblo de su tiempo. Anduvo haciendo bienes y sanando a los oprimidos del diablo. Vez tras vez leemos que entró en una aldea o aun en una casa, “pasó al otro lado”, iba por un camino o vino al templo. Desde luego, en el propio relato de su encuentro con Zaqueo, se dice que iba, pasaba, llegó y entró. En el versículo anterior a aquel que estamos analizando, el Hijo del Hombre anuncia, “Hoy ha venido la salvación [una Persona] a esta casa”.

 

La moraleja que queremos sacar de esto no es que el evangelista moderno tiene que estar constantemente viajando, aunque es evidente que así hacían los apóstoles y evangelistas más destacados en el Testamento. Lo que estamos diciendo es lo que ya hemos dicho: este Evangelista “vino” en el sentido que llegaba a donde estaba la gente para hacerse disponible, accesible.

 

Y esto nos lleva al segundo verbo: “a buscar”. Tocamos aquí un punto delicado, porque relativamente muy pocas son las veces que encontramos a Jesús buscando  en el sentido que hubiéramos esperado. Reflexionemos un momentito en los relatos, los milagros y las parábolas relevantes al tema.

 

La gente llegaba a Él y pocas veces le vemos proactivo un busca del encuentro personal. Vino un leproso, le trajeron un paralítico, la multitud se apretaba, le fueron presentados unos niños, etc. Pero hubo excepciones. Él tomó la iniciativa en el caso de la suegra de Pedro y al lado del estanque de Betesda; el “buen samaritano” llegó adonde estaba el herido y se desmontó. Que el lector descubra otros incidentes, a ver si estamos en lo cierto al decir que el Hijo del Hombre no “buscaba” tan agresivamente como quizás pensaríamos. (La razón porqué no es tema de este escrito, pero podemos notar de paso que Mateo 18.11 no dice nada de buscar, sino a secas, “El Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido”).

 

¿Cómo era, entonces, su estilo de evangelización? Grosso modo, Él se afanaba en llegar adonde estaba la gente, predicaba a las masas, se hacía accesible a los interesados (¡y a los que se le oponían!) y luego entablaba una conversación intensa, escrutadora, concisa con quien se le acercara. Nos atrevemos a decir que Él guardaba un equilibrio entre el afán de Dios de salvar y la responsabilidad del individuo a buscar la salvación ─ pero todo en el contexto de llegar, predicar y demostrar por hechos la verdad de su mensaje y su obra.

 

Una pregunta para el lector: ¿Cómo compara esto con la evangelización de Pedro, Pablo, etc.? ¿Qué tenía en mente Pablo al decir que anunciaba y enseñaba “públicamente y por las casas”? Notemos que en Hechos 8 Felipe predicaba a “muchos” y también se acercó a uno en particular, éste convencido ya, para hablar con él a solas. Así Pablo: él predicaba en las calles, en la sinagoga, etc., pero dos de los pocos discursos suyos que se relatan en detalle fueron dados ante sendos señores (Félix y Agripa) con quienes fue llevado para entrevistas personales.

  

Terminamos. El Evangelista vino y buscó con el fin de salvar. Dios todavía quiere que todos sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. El evangelista en nuestra sociedad no puede salvar, pero esto no anula la necesidad de que evangelicemos. Dios salva, pero con todo el gran apóstol dijo, “A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos.”

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