JUDAS EL TRAIDOR

Publicado en por Roberto Héctor Iglesias

Citas donde se encuentra la historia de este hombre:

 

Mateo 10:4 ; 26:14-16 ; 27: 3-10 ; Marcos 3:19 ; 14:10,11,41-46 ;

Lucas 6:16 ; 22:1-6 ; 22:47,48 ; Juan 6:70,71 ; 12:3-6 ; 13: 21-30 ;

17:12 ; 18:1-5; Hechos 1:16-25.

 

         La historia de Judas está regada como escombro por las páginas de los evangelios. Tal vez fue el único natural de Judea en el pequeño grupo de discípulos galileos que siguió a Jesús durante los días de Su ministerio aquí en la tierra. No sabemos cómo ni cuándo llego a ser discípulo, pero sabemos que fue escogido por Cristo y que disfrutó de la oportunidad más grande jamás concedida a un mortal. Su nombre pudo haber sido esculpido en uno de los cimientos de la Nueva Jerusalén, pero en vez de eso, la historia presenta su nombre como un sinónimo de traición y vergüenza. Consideremos la historia de Judas de tres puntos de vista.

 

COMO DESPISTÓ A SUS CONDISCÍPULOS

 

         Judas desempeño el papel de discípulo con gran maestría. Los demás lo aceptaron sin objeción. Creían que estaba en plena comunión con ellos en lealtad y amor hacia el Señor Jesús. Fue un predicador del evangelio. Salió con los demás discípulos para hacer la obra evangelística. Compartió con ellos la experiencia de echar fuera demonios en el nombre de Jesús. Tal vez sanó enfermos en el nombre victorioso de Cristo. Ocupó una posición de confianza al ser tesorero y como tal, fue el único que ostentaba un cargo dentro del apostolado. Se sentó a la mesa con los doce, con Jesús en medio de ellos, en muchísimas ocasiones. Afirmo enfáticamente su lealtad a Cristo la noche de la última cena cuando el dinero de la traición pesaba ya en su bolsa.

 

            Los discípulos nunca desconfiaron de él. Los engaño a todos. Aún estando en el círculo íntimo, cuando el Señor le ofrece un bocado de pan mojado, queriendo identificar al traidor para Juan, los demás no podían creer que Judas fuera el traidor. Ni siquiera sospecharon cuando él abandonó la mesa para salir a la oscuridad y reunirse con la banda de hombres perversos que iban a arrestar al Señor. El Señor le dijo: “lo que vas a hacer hazlo pronto” y los demás entendieron que Judas iba a dar algo a los pobres, ¡tal era el concepto que tenían de él en cuanto a su caridad y generosidad!.

 

            Judas pudo engañar a los discípulos, pero nunca engaño al Salvador. El Señor conoce el corazón de los hombres. Los evangelios nunca registran que Judas llamara a Jesús “Señor”. Le llamo Rabí y Maestro, pero nunca Señor. Nunca le dio a Cristo el lugar de señorío en su corazón y el Espíritu Santo no registra que la palabra “Señor” hubiese salido de los labios de Judas.

 

            Es muy fácil engañar a los discípulos. Es fácil aparentar ser un cristiano, ser aceptado por un grupo de hijos de Dios, ser miembro de una iglesia. Es demasiado fácil tomar parte activa en las reuniones, desempeñar cargos, ser bautizado y aún participar en la cena del Señor y todo el tiempo ser como Judas: desconocer a Cristo como Salvador y Señor. Es una posibilidad realmente espantosa. Lo anterior es especialmente fácil para los que han sido criados en hogares cristianos, ya que hablan con soltura el lenguaje del evangelio, conocen todos los movimientos de la iglesia y pueden pasar por creyentes ejemplares sin haber entregado sus vidas a Cristo y sin conocerle como Señor.

 

 COMO DESPRECIÓ AL SALVADOR

 

         Judas despreció al Señor en tres formas: Desprecio sus palabras. Escuchó todas sus parábolas, estuvo presente cuando pronunció el Sermón del Monte y el igualmente majestuoso Sermón Profético, observo cuando el Señor emergía victorioso de batallas verbales con Sus adversarios. Estuvo presente cuando el Señor abría su corazón al grupo íntimo de Sus discípulos explicando y enseñando cosas que nunca hablo abiertamente a las multitudes. Pero Judas se endureció hacia el evangelio. Oyó tanto de los labios del mismo hijo de Dios, pero nunca lo tomó en serio y llegó el día cuando ya no había mella en su corazón endurecido. Llegó a ser como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena, ya que aunque oyó las palabras del Señor, no les hizo caso.

 

            También despreció las proezas del Señor. Fue testigo de ellas en muchas ocasiones. Estuvo presente cuando leprosos fueron sanados, cuando cojos pudieron andar, cuando mudos hablaron y sordos oyeron. Vio cómo los demonios huían aterrados ante la presencia del Hijo de Dios. Fue testigo de la multiplicación de los panes y los peces. Vio a Jesús caminar sobre las olas del mar y le vio calmar vientos tempestuosos más de una vez. Incluso vio a muertos resucitar. Parece increíble, pero es verdad que Judas cerró los ojos ante tantas evidencias del poder y deidad de Cristo.

 

            Judas también despreció las advertencias del Señor. “¿no os he escogido Yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?”, dijo Cristo en una ocasión. Judas oyó esta advertencia pero no le hizo caso. Muchas veces recibió Judas advertencias de los labios del Señor pero despreció las oportunidades de arrepentimiento que le brindaban. Cuando Cristo anunció en el aposento alto que uno de los doce le iba a entregar, Judas, sin mutarse, se unió a Pedro, Juan, Jacobo y Tomás preguntando: “¿seré yo? ¿seré yo?” y lo dijo sin avergonzarse, sin titubear, a pesar de que treinta piezas de plata ya estaban en su bolsa. Aún en Getsemaní tuvo una oportunidad para recapacitar. Jesús le dijo: “Amigo, ¿a qué vienes?” Aún entonces pudiera haberse postrado a los pies de Jesús confesando su hipocresía y su traición, pero no lo hizo y ahora está perdido eternamente.

 

            Es posible despreciar así al Señor en el día de hoy. Es posible conocer Sus palabras, conocerlas bien, poder repetirlas de memoria y saber interesar a otros en ellas. Es posible conocer todas Sus parábolas, Sus preceptos y Sus profecías y estar tan perdido como Judas. Es posible saber acerca de Sus milagros, conocer a hombres y mujeres que son en la actualidad pruebas fehacientes del poder de Cristo y estar tan perdidos como Judas. Es posible experimentar dolor por el pecado pero despreciar la salvación. Es una posibilidad realmente terrible.

 

COMO SE DESTRUYÓ A SÍ MISMO

 

            Habiendo hecho caso omiso de la advertencia del Señor en el aposento alto, leemos que “Satanás entro en él” Jesús dijo que Judas era “hijo de perdición” (literalmente, hijo de desperdicio). En balde fue derramada la sangre de Cristo por personas que como Judas desprecian las oportunidades de arrepentimiento. Judas no se arrepintió, murió como un suicida, y se fue “a su propio lugar”.

 

Judas traicionó al Hijo de Dios por treinta piezas de plata, una insignificancia. Y ni siquiera llegó a gastar una sola moneda de esa suma. Cuando vio a Jesús condenado a crucifixión, fue preso de remordimiento y trató de devolver el dinero a los sacerdotes. Arrojó las monedas sobre los mosaicos de mármol del templo y al oírlos rebotar sobre el piso clamó: “He pecado”. La única respuesta a su clamor fue: “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”.

 

Hay una gran diferencia entre arrepentimiento y remordimiento. Judas llevó su pecado al lugar equivocado y a personas incapaces de ayudarle porque eran culpables como él. Debía haber llevado sus lágrimas afuera de los muros de la ciudad al lugar llamado el Calvario, lugar de vergüenza donde el Señor moría crucificado. Debió haberse lanzado a los pies traspasados de Jesús. Debiera haberle dicho a Jesús: “he pecado”, y a pesar de lo tarde de su arrepentimiento, pudiera haber encontrado el perdón. Pero Judas no hizo eso. Fue a otro lugar y se ahorcó.

 

Los que hoy rechazan a Cristo también lo hacen por cosas sin valor. Venden al Salvador por un hábito perverso en el cual se deleitan o por alguna cosa sin valor que les ofrece el mundo. Hay muchos que, como Judas, experimentan remordimiento por el mal que hacen o que han hecho pero nunca llegan a arrepentirse de aquel mal. Muchos, al sentir el aguijón de su conciencia, lleva sus pecados a la iglesia y los confiesan ante los hombres y sus obras, en vez de llevarlos al Cristo del Calvario.

 

Y, al fin, ellos también van a su propio lugar. No pueden ir con Cristo porque le han rechazado. Pasan una eternidad interminable sin Dios, sin Cristo y sin esperanza. Estas son las lecciones que debemos aprender de la tragedia de Judas.

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentar este post