La evangelización personal en el evangelio según Juan.

Poco escribe Juan de Jesús evangelizando las masas, y por supuesto no leemos en este Evangelio las parábolas de la gran cena, el sembrador en el campo o el pescador que echa su red en el mar. Juan se enfoca más bien sobre el trato que tuvo Jesús con ciertos individuos para mostrarnos cómo Él realizaba la evangelización personal, o uno-a-uno.

Al comienzo del Evangelio según Juan leemos del Señor Jesús en una fiesta de bodas donde convirtió en vino el agua que estaba allí en seis tinajas de piedra. Aquellas (seis) tinajas sirven de figuras de sendas personas cuyas historias vamos a encontrar en el Evangelio. La mayor parte del libro de Juan alterna entre exposiciones de doctrina y las historias de cómo Jesús cambió las vidas de estas personas.

Las mismas son:

 

1) Nicodemo en el capítulo 3; era un pecador religioso.

2) La samaritana en el capítulo 4; era una pecadora abandonada.

3) El lisiado de Betesda en el capítulo 5; era un pecador incapacitado.

4) La mujer adúltera en el capítulo 8; era una pecadora condenada.

5) El ciego de nacimiento en el capítulo 9; era un pecador ciego.

6) Lázaro en el capítulo 11; es figura de un pecador muerto.

 

          Casi todos los elementos de la evangelización personal están presentes en los primeros dos casos. Muchos nos han ayudado a ver las comparaciones y los contrastes en Juan 3 y Juan 4. Otro ha escrito: “En su entrevista con Nicodemo, nuestro Señor dio a conocer cómo procede con los escrupulosos que tienen ideas de su propia justicia. En su entrevista con la samaritana, dio a conocer cómo procede a veces con las mujeres de ánimo carnal y cuya moral es mala en demasía

          Vamos a hablar del gran Evangelista con el ánimo de aprender a evangelizar y a fijarnos en el interés intenso y personalizado que Jesús tenía para con las personas. No es malo que nuestra lista de elementos esenciales sea corta, ya que el lector querrá ampliarla según su propio ejercicio de alma.

Jesús conocía la situación de cada cual

          Los últimos versículos de Juan 2 realmente son los primeros de la historia del capítulo 3. “Jesús … no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía los que había en el hombre. Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo …” No permitió nada de halagos; Nicodemo comenzó con, “Sabemos que eres”, pero Jesús con, “Es necesario”. En cuanto a la samaritana, Él sabía de los cinco maridos y el concubino.

          De los otros, leemos que supo que el hombre llevaba mucho tiempo inmovilizado, que los acusadores de la adúltera eran igualmente culpables, que el ciego lo era de nacimiento (un caso diferente de los otros ciegos en los Evangelios) y del tiempo que Lázaro tenía de muerto.

          El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón, 1 Samuel 16.7, y el Espíritu de Dios le concede al evangelista concienzudo una percepción del enfoque y el mensaje apropiado en cada caso. Cuántas veces un inconverso ha dicho, “¿Cómo sabía él decir esas cosas en cuanto a mí?” cuando en realidad el evangelista no sabía que estaba llegando al grano.

Jesús se presentó oportunamente

          Nicodemo “vino a Jesús de noche” mientras que la mujer “vino a sacar agua”. No es esencial que sepamos por qué el uno vino de noche ni a qué hora (las 12:00 o las 6:00) vino la mujer. El punto clave es que Jesús estaba esperando a cada cual. La mujer del capítulo 8 fue traída. Los relatos restantes dicen que fue Él que llegó. El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar al que se había perdido.

          Vemos estos dos lados del evangelio, y de la evangelización, ilustrados en tantos milagros y actos del Señor, y bien dicen los predicadores que “un pecador que busca y un Salvador que busca, pronto se encontrarán”. Pero un punto clave aquí es que Él no forzaba la barra, no tomaba iniciativas apresuradas. La evangelización de las masas es urgente y es apropiada a toda hora, pero el encuentro crítico con el individuo es puntual y oportuno conforme con la obra silenciosa y extraña del Espíritu en el corazón de cada cual.

Repetimos: no es que Jesús era indiferente ni llegó de casualidad; Él tenía gran interés y estaba en el trasfondo hasta que el individuo estaba preparado para reconocer su necesidad y su oportunidad.

Jesús usó las Escrituras y las experiencias propias de los individuos

          Nicodemo y la samaritana necesitaban un mismo evangelio y una misma salvación; ambos sentían un vacío; ambos querían escudarse detrás de una religión; ninguno de los dos comprendía de una vez. ¡Pero cuántas diferencias había entre ellos en la superficie! Por supuesto si fuera cuestión de seguir con los otros cuatro casos, veríamos que se destacan otras diferencias: un hombre lisiado, una mujer inmoral, un joven ciego y un varón muerto. (Entre paréntesis: ¿Usted observó que Juan escoge a cuatro varones y dos mujeres, a personas de diversos antecedentes culturales y aparentemente de diferentes años de vida?)

          El Salvador aludió claramente a las Escrituras (Ezequiel y Números) al hablar con Nicodemo, pero nada de esto con la extranjera. Cuando ella quería introducir la interpretación que su pueblo tenía, Él no dejó que la conversación se enfrascara en un debate, sino fue al grano de una vez. En Hechos de los Apóstoles, Esteban, Pedro y Pablo citaron mucha Biblia a los judíos, pero no así el apóstol ante los griegos en Atenas ni los paganos en Éfeso.

          Nos maravillamos de la habilidad de este Evangelista divino a valerse en un mismo encuentro de tanto la Palabra de Dios como de las experiencias propias del individuo. Él supo de la religiosidad del fariseo, los enlaces fracasados de la samaritana, la incapacidad del sujeto al lado del estanque, la falta flagrante delito de una mujer, la ceguera genética y la muerte misma.

          Gracias a Dios por cada evangelista hoy día que en sus conversaciones con el individuo interesado puede valerse del lenguaje del siervo de Abraham en Génesis 24, “guiándome en el camino”.

Jesús llevaba el oyente de lo general a lo personal

          Con Nicodemo Él comenzó con la nación, “os es necesario”, y luego “todo aquel” y finalmente, “el que en él cree”. Con la samaritana fue de “cualquiera que tuviera sed”, hasta “tu marido”, hasta “hablo contigo”. El lisiado habló de “otro desciende” pero Jesús de “toma tu lecho”, y así sucesivamente en el Evangelio que nos interesa. Si fuera asunto de salir de este Evangelio a otros relatos, hablaríamos, por ejemplo, de la mujer con hemorragia a solas entre la multitud, la niña resucitada una vez despachados los curiosos, el “Date prisa, desciende” para Zaqueo.

          El evangelista predica a las masas que Dios ama al mundo, pero apremia al individuo hablando del “Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Bien se entiende que miles han sido convictos por el mensaje dirigido a una nación entera pero presentado en nuestra Biblia en lenguaje que precisa al individuo: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios”.

 

La secuencia fue convicción ─ revelación ─ salvación

 

          Nicodemo tuvo que ser convencido de que no sabía lo más elemental. La samaritana tenía que ser recordada de una vida de fracasos que conocía bien. La adúltera tenía que quedar parada ante el Santo que escribía silenciosamente en tierra. El querido ciego de nacimiento declaró, “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego …”

          Nicodemo captó la ilustración acerca de “la mirada de fe”; la mujer oyó, “Yo soy, el que habla contigo”; otra mujer confesó, “Ninguno, Señor”; y el difunto respondió a un mensaje por demás específico y personal: “Lázaro, ven fuera”.

          Cada uno dio un testimonio claro, si bien no sabemos a ciencia cierta en qué momento se realizó la gran transacción en Nicodemo. Nos encanta saber que la samaritana botó el cántaro y corrió a avisar a los vecinos. El paralítico llevó a cuestas su lecho; la mujer de Juan 8 no sólo no fue condenada sino que se marchó en paz; el ciego mostró un hermoso desarrollo espiritual en la secuencia de sus declaraciones, ¡y Lázaro se sentó a la mesa con el Señor!

Convicción de pecado, apreciación de cómo ser salvo y por quién, y la salvación en sí: la secuencia que impuso el gran Evangelista personal no ha cambiado. 

         

          Feliz el día cuando vi
        lo que hizo Cristo para mí.

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